Nota de la editora: Este artículo fue originalmente publicado en inglés por Carolyn C. Cannuscio para The Inquirer. Fue traducido por Diana Cristancho y editado por Zari Tarazona para Kensington Voice.
Como epidemióloga social, estudio y enseño las causas sociales y las consecuencias de las epidemias.
Los próximos días serán dolorosos para muchas personas que conocemos y amamos. Dado el impulso de la epidemia de COVID-19 en los Estados Unidos, nuestro país está entrando en un período de crisis, que reverberará a través de nuestras comunidades y sistemas de atención de salud.
Tenemos el poder de frenar el desastre que se desarrolla y de salvar vidas, pero debemos actuar ahora.
Nuestras casas de oración, nuestros santuarios, son sitios ideales para la propagación de este virus mortal. Es una ironía horrible que los virus prosperen en la comunidad. Cuando nos arrodillamos juntos, partimos el pan juntos, cantamos juntos, lloramos juntos, celebramos juntos, todas son oportunidades para que nos enfermemos juntos también.
Esto ha sido evidente en Corea del Sur, donde un aumento de casos estaba relacionado con una comunidad religiosa. Más cerca de casa, Georgetown está en alerta después de que un rector de una congregación de 550 miembros se enfermó con COVID-19. En Nueva York, 108 casos confirmados han sido identificados hasta ahora en New Rochelle, con un templo en el centro del brote. Las mismas reglas se aplican en entornos seculares. Una conferencia en Massachusetts dio lugar a 77 de 95 casos detectados en el estado a partir del 11 de marzo. Una sola reunión puede empujar a todo un estado o nación a una emergencia.
Nuestras comunidades religiosas deben participar activamente, vigorosamente, en medidas de distanciamiento social ahora. Todos debemos limitar nuestros contactos sociales en persona. Esto es especialmente importante para proteger a las poblaciones con alto riesgo de resultados adversos de COVID-19: los ancianos, las personas con enfermedades crónicas y las personas obesas. Incluso las personas que no están en estos grupos definidos de “alto riesgo” tienen una función importante que desempeñar. Los jóvenes también son susceptibles a la infección, y sus acciones pueden acelerar o retrasar la destrucción causada por la epidemia.
Insto a los líderes religiosos a trabajar juntos, poniendo la fe en acción por la salud de nuestra nación y nuestro mundo. Las congregaciones pueden contribuir poderosamente a frenar esta epidemia suspendiendo ahora toda la oración colectiva en persona. No debemos esperar para los mandatos de nuestros funcionarios electos.
Por favor, aliente a sus miembros a orar y observar sólo con sus familiares inmediatos, en sus propios hogares. Entendiendo que la ley y la tradición religiosa pueden guiarlo en otra dirección, les pido que se unan, a través de las tradiciones religiosas, en una acción colectiva para salvar vidas. Debemos remodelar los contornos de la oración para este nuevo y difícil día.
Cada infección prevenida evitará innumerables otras y salvará vidas. Estos pasos también liberarán camas en nuestros hospitales, para que los enfermos y los que mueren puedan recibir la atención y el cuidado necesario. No debemos demorarnos otro día. Todos tenemos el poder de salvar vidas, y podemos hacerlo orando en casa.
Carolyn C. Cannuscio es profesora asociada de medicina familiar y salud comunitaria en University of Pennsylvania Perelman School of Medicine.
Traductora: Diana Cristancho / Editora: Zari Tarazona / Diseñadora: Jillian Bauer-Reese
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